La breve historia de un “pepenador contemporáneo”.
La creciente demanda de metales por parte de las grandes corporaciones e industrias a nivel mundial, ha generado el desarrollo de nuevas iniciativas ingeniosas para sacarle el mejor provecho a todo cuanto este sobre la superficie y además aquellos que se sospecha esté cubierto. Es evidente que muchas actividades se encuentran de manera incógnitas ya que en el afán de abastecimiento y “negocios florecientes”, se ha dejado de lado la regulación y hasta el control para colecta de estos metales.
Nelson con su hermano José María, apenas tienen 12 y 17 años y desde hace cuatro años viajan hasta los vertederos de la provincia de Los Santos para colectar piezas metálicas que después puedan vender en el mercado. La gran demanda y la arrebatiña que se forma en los vertederos por las bolsas de basura ha sido de tal magnitud que llegó un momento en que hubo que decidir o seguir peleando y arriesgar la vida por un pedazo de metal y/o encontrar otras alternativas. Así, desilusionado de no haber podido aprovechar las basuras de casi una semana, un día, se alejó del montón de pepenadotes y caminó cabizbajo hacia un árbol para refugiarse del inclemente sol de verano que azotaba el lugar. Fue entonces que casi arrastrando los pies y mucho antes de llegar a la sombra, tropezó y cayó al suelo. Un dolor profundo le corrió desde el dedo pequeño del pie hasta la espalda.
Cuando miró, su dedo estaba ensangrentado y fue entonces cuando reaccionó. Un grito desgarrador y múltiples maldiciones salieron de su boca y desde su pecho, se sentía la amargura en conjunto con la desilusión. No haber logrado nada y como para ñapa (completar el día) tropezar y joderse un dedo. Llegó como pudo a la sombra del árbol y entre lágrimas y gemidos fue bajando la temperatura y el nivel de las maldiciones que aún después de varios minutos se dejaban escuchar como murmullos. Luego de apretarse muchas veces el dedo y hasta conversar con él, decidió verificar el origen del tropiezo. Mientras el seguía con su dolor, los demás, se peleaban por las bolsas de basura; desaparecían en el ocaso de la tarde mendingándole a la basura un pedazo de metal para vender. No estaba convencido de haber estado tan cansado como para caerse de esta manera. Recorrió lentamente sus pasos hacia el lugar donde cayó y para sorpresa, lo que se interpuso en su caminar fue un pequeño saliente del suelo. Era muy extraño pues ese camino en numerosas ocasiones ha sido utilizado para trasladarse de un vertedero a otro. Curiosamente quiso verificar la magnitud del objeto y rápidamente buscó las herramientas e inició la extracción de mismo. No parecía, pero mientras más trataba de bordearlo para sacarlo, el cuerpo aferrado a la tierra parecía tener ramificaciones mucho más profundas. Allí estuvo gran parte de la tarde, entretenido y hasta se había olvidado del tropiezo, incluso los rayos del sol parecieron aminorar ante este entretenimiento que prometía algo insospechado. Avanzada la tarde y con mucha tierra en los alrededores del objeto, se percató y cayó en cuenta de que se trataba de un gran objeto metálico. Enseguida se separó del sitio y fue a buscar una soga con unas poleas. Las amarró al objeto y luego las fijó al árbol para combinar fuerzas y sacar definitivamente el objeto. Después de muchos intentos la pieza finalmente, empezó a salir del hueco. Era un gran artefacto metálico, macizo y pesado. Con dificultad pudo arrastrarlo hasta la sombra del árbol y montarlo en una carretilla.
Tranquilamente se fue con su carretilla y casi sin darse cuenta ya estaba en el patio de acopio de materiales pesando su gran hallazgo. El objeto pesó casi 45 kilogramos, con lo que recibió una jugosa paga.
Contento y ya sin dolor alguno en el dedo, se fue para la casa. Mucho antes de llegar, se encontró con su abuelo Ambrosio quien desde su infancia se dedica a la talabartería. Empezaron a conversar de los nuevos pedidos que tenía y que tenía que confeccionar unos hilos tejidos para cocer el cuero de las alforjas y necesitaba de unas leznas nuevas. Entre la conversación Nelson le cuenta a su abuelo el incidente en el vertedero y de cómo un tropiezo se convirtió en la suerte del día. Como si no le importara o mejor dicho como sin ponerle mucha atención Ambrosio siguió cortando el cuero y entre puntada y puntada, se quedaba pensativo como ordenando sus pensamientos en torno a algo muy profundo. Después de un rato, Ambrosio explotó con una pregunta hacia Nelson. Oye muchacho, eso que me cuentas como fue que pasó en que lugar me estas diciendo ?. Nelson se quedó sorprendido pues le pareció que su abuelo no le ponía atención. Enseguida le relató con lujo de detalles haciendo una imagen muy bien explicada del lugar y de los objetos que en él se encuentran, las cercas, los árboles pequeños, los árboles mucho más antiguos, como tratando de que su abuelo Ambrosio se pudiera ubicar en el tiempo y en el espacio. Abuelo, el camino creo que es el mismo, uno entra y se puede ver una gran montaña de bolsas de basura, escombros, latas y muchos, muchos gallotes. Luego caminando por el borde la cerca hacia la izquierda atravesamos el vertedero y podemos llegar hasta el mar. Enseguida Ambrosio le pregunta. – y cuando entras hay una torre con techo ?- – No¡¡¡ dijo Nelson. Allí no hay nada solo muchas bolsas y después un pequeño valle que conduce al manglar-. Bueno- dijo Ambrosio- eso que encontraste forma parte de un gran montón de escombros de hierros máquinas y motores que desde una rampa se lanzaban a un hueco y allí han permanecido tapados por la basura y la tierra que después se le depositó encima. Realmente hay muchas cosas bajo tierra que puedes encontrar.
Es sólo el inicio y si te ubicas en aquellos sitios antiguos donde ya nadie busca en superficie te darás cuenta que hay mucho material. Después de una semana, Nelson regresó al vertedero y al entrar se le salían los ojos de alegría. Estaban todos apiñados sobre las bolsas de basura tratando de encontrar latas, embaces y tapones metálicos. Fue algo gratificante y al momento penoso, pues él llevaba la clave de las exploraciones y se sentía seguro, ganador. Al pasar cerca del tumulto de gente, algunos levantaron la minada y otros en son de burla lo miraron y hasta gesticularon para él. Nelson, seguro avanzó con su piqueta y un rollo de cinta amarilla que había encontrado hacia meses y que hoy le servirían pata delimitar si área de trabajo. Todo continuó casi inalterable con la misma rebatiña, sin embargo Nelson convencido del dato de su abuelo inició las excavaciones que no se dejaron esperar y ofrecieron sus frutos. Era un gran tesoro escondido. Desde entonces, las excavaciones en vertederos siguen el patrón de Nelson, que se convirtió en pionero y ya casi nadie lo molesta y mucho menos se burlan de él. Hasta la fecha Nelson ha logrado extraer varias toneladas de metal diverso procedente de máquinas, equipos y desechos antiguos que en su momento fueron enterrados sin ningún objetivo. Ya la búsqueda de materiales no se da entre las bolsas sino mediante excavaciones con piqueta y palas, que resulta mucho más provechosa.
Es posible que en la búsqueda de alternativas para vivir, encontremos formas muy diversas de aprovechar los recursos perdidos en el tiempo. Las necesidades estan enseñando que muchos recursos aún considerados perdidos, son muy útiles. En adelante se muestra una tabla con posibles maneras de darle un valor a recursos que el sistema desecha.